-¿Maestro? -dijo un turista de las salvajes pampas corroídas por la soja y los transgénicos-. ¿Puedes dejar de rascar las dos partes cuasisimétricas de tu anatomía y brindarme una nimia gota de tu sabiduría?
Desde la proverbial hamaca colgante de Su Inmensa Dignidad de un metro cincuenta, con su voz impostada, cual un cantante de tango aflautado expresó:
-Seee.
-Ser de Luz no Intervenido por Edesur, ¿qué es lo que debo hacer para esquivar el maligno virus que infecta el orbe?
-La voluntad del Señor es insondable. De hecho, le han puesto sondas anales sin que se hayan registrado los orígenes de su majestad, aunque sí algunas ventosidades recurrentes, y hasta los más robustos proctólogos han querido llegar a sus profundidades sin lograrlo.
-¿Y eso qué significa?
-¡Verme indigno siquiera de la mirada del avatar que nunca va avotar! ¿No te das cuenta? Debes esperar a la vacuna.
El orate que había participado de las marchas cuanta cuenta troll lo había invitado amuchó sus dedos, menos el meñique, refractario a la unidad, y expresó:
-¿Cómo debo interpretar eso?
Amoscado, Su Inconmensurable Indignidad bramó:
-¿Acaso no has leído el “Mauritius Reposivetantis Garconitis”? El virus es un regalo del semidiós reculante Barbensis, quien dijo “Aquel que moja sus barbas me produce paspaduras, que paspan y duran”, antes de que condenara a los amarillenses a cocerse en su propia estupidez. Hace siglos que vienen vacunándote con jeringas de distinto calibre y manufactura y tú sigues creyendo que son la iniciación para tu salvación, que duele pero vale. El mejor salvado es el de la galleta. Sigue detrás de banderas de los poderosos que te hará la cosa un oso, que es gordo y celoso y en el barrio le dicen el que tiene el coso.
Tras lo cual el avatar que dice lo que querés escuchar suspiró: “Son cien dólares, que pase el bolu... el creyente que sigue”.
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