- “Pobre caminante, qué cansado va. Pobre caminante, qué ay qué triste está...” -se escuchó el retumbar de una voz lejana corroída por la miseria de los sufrimientos o, tal vez, dificultada por goma de mascar de alta densidad.
La luz de led que guía el camino de la humanidad salió de su zaparrastrosa choza de tres plantas, con pileta de natación, quincho, sauna y otras incomodidades espirituales impuestas por el protoplasma universal de almas para su templanza, recitando su mantra: “Osram, Osram”.
Su Gloriosa Humildad se hizo presente en la explanada que daba a la larga escalera que conducía a los suplicantes desde el llano hasta Su presencia (él usaba el ascensor de servicio, en prueba de su desapego a los oropeles del mundanal ruido). Al pie de la escalinata se divisaba una pequeña figura, subiendo trabajosamente.
- Cata, lejos -exclamó Chup, al salir acompañado por una sirvienta de tal nombre de pulposas redondeces, señalando a la miniatura escalante-. Tráeme el catalejo.
Instantes después, la lacaya apareció con el tubo para mirar extensible y lo entregó a su amo, quien lo tomó y apuntó hacia abajo.
- ¡Oh, dioses paganos que no nos pagan! ¿Acaso mis ojos materiales engañan a mi ser esencial? ¡Es una hormiga gigante lo que avanza por el sendero! ¡Te dije, mujer, que no dejes de barrer inmediatamente los restos de comida que caen al suelo! ¡Se alimentaron copiosamente, han crecido y vienen por nosotros!
Pero de repente, la representante de la familia de las Formicidae salió de foco y en su lugar apareció algo similar a un ser humano.
- ¡Diablos! -gritó el Forúnculo Humeante del Conocimiento Universal-. Es un mutante que ahora tiene una forma humanoide de hombre y lagarto. ¡Alcánzame...!
Pero no pudo terminar la frase, porque sintió que algo caminaba sobre su frente, que no era otra cosa que la hormiga que se había trasladado desde la lente mayor hasta El Noble Repulgue de las cejas del que está más allá, pero nunca en orsai.
- Preparen la escenografía que viene otro suplicante con el rabo entre las piernas.
En un santiamén, dos ayudantes nubios colocaron la tarima cubierta de pétalos de utilería, el trono con dosel, el arco fluorescente con la leyenda intermitente con la escritura: “Ya lo sabía, pero mejor cuéntamelo”, la alfombra roja que conducía hasta las Sagradas Sandalias del Inspirador y el cartel con los precios de distintos servicios en dólares, euros y yuanes.
- Por favor, el piscolabis -demandó el Jején Zumbador de la Sabiduría, para que apenas un minuto después le trajeran el refresco espiritual consistente en fernet y bebida cola.
Ya lo había apurado completamente, cuando una calva reluciente y con profusión de gotas adelantó la presencia del resto del cuerpo de un hombre, quien, resoplando, se postró a los pies del Gran Invicto.
- No hace falta tanta muestra de devoción -expresó el Maestro-. Eso no te conseguirá descuento alguno.
El sujeto, que tenía una boca muy apta para la ejecución musical (más precisamente, para un piano de cola), afirmó:
- Soy Horacio, antes peludo y ahora batracio, que cae a tus pies por la escaloneta tremenda.
- ¿Cuál es tu apuro? -inquirió el Solucionador.
- Por ahora, ninguno. En un rato necesitaría un baño...
- No, no -interrumpió el que de todo es consciente, pero no lo suelta sin la ayuda de un billete-. Pregunto qué es lo que te aqueja.
El hombre enjugó una lágrima de cocodrilo que se le había pegado al trasponer un río caimaneño y dijo con tono lloroso:
- ¿Por qué perdí? Embaldosé el camino hacia el trono; elevé torres adoradoras de los señores; puse piletas sin agua para evitar que la gente se ahogara; reemplacé viejos árboles frondosos por hermanos raquíticos para que no ensuciaran las veredas; coloqué cuatro macetas para aumentar los espacios verdes; expresé mi intención de abrir un diálogo con todos, menos con la mitad de los que no piensan como yo; impulsé la modernidad con el bot de la consulta ciudadana; inundé las avenidas con metrobuses y las calles con bicisendas; sacudí la modorra de los barrios tranquilos permitiendo la construcción en altura y la creación de polos gastronómicos y centros comerciales; llené los medios con publicidad en la que la población de mi distrito colaboró desinteresadamente y sin saberlo; hice mucho más y en esa ciudad desagradecida menos del 10% de los votos me beneficiaron. Maestrito, ¿que pasó?
El Dueño del Saber que Ocupa Lugar (o Gran Cabezón, como lo llaman sus amistades) ciñó su cabeza con la imaginaria corona formada por sus dedos índice y pulgar de ambas manos, mientras su rostro tomaba la expresión de pensamiento profundo y trabajoso, similar a cuando el estreñimiento (frecuente en su caso) lo obligaba a concentrar toda su fuerza interior en la tarea y, al cabo de un momento, su semblante se iluminó, signo de haber dado con la respuesta o tal vez alguien había prendido la luz de afuera del patio. Casi levitando, ayudado por el mecanismo oculto en el sillón, se irguió casi medio metro y espetó:
- Tus rivales tienen cabello, mientras que tú eres un discapacitado capilar.
Dicho lo cual, el asiento volvió a su posición original, señal de que su alocución había terminado o de que el mecanismo estaba fallando nuevamente.
- Pero, ¿qué tiene que ver?
- ¡Paloma rastrera abofeteada por halcones que beben licores divinos, abusado electoralmente por el que solamente se peina para dormir y escarnecido por el hombre de las múltiples caras! -bramó Chup-. ¿Cuántos presidentes calvos recuerdas?
El hombre de la boca en estéreo quedó pensativo y por fin dijo:
- Como siempre, tiene razón. ¿Qué puedo hacer para el 27?
- Cuando desciendas, ve a la tienda Chup-in (perdón, el nombre es ese, no quiero ofender) y pide el tónico Chup Multiuso, elaborado con excreciones de diversas partes de mi cuerpo. Hará de tu desierto craneano un vergel.
- ¿Es efectivo?
- Sí, en efec... Digo, sí. Tiene garantía. Si en cuatro años tu pelambre no se recupera, te devolvemos el dinero a su valor nominal en moneda argentina. Pasando por caja.
Horacio, resplandeciente, comenzó el descenso o, mejor dicho, lo continuó. Mientras tanto, el Luminoso sin Edesur entró a su modesta casilla con la satisfacción de haber orientado a otra alma descarriada.